No presté atención
en ese instante
en las luces peatonales
ni en la humedad gris de la noche
Me imaginé fuera
o por fuera
de mis pasos
que avanzaban rectos
constantes
y sin rumbo
Me perdí
en los ventiladores
en las diferentes terrazas
en el cielo opaco
que se mantenía constante
al igual que mis pasos
y mis pasiones
y de pronto
me di cuenta
que no podía
ni debía
parar
El Alicurco
El Guardamalleta
Pieza de tela que cuelga en la parte superior de la cortina o cortinaje como adorno pero que es independiente de su mecanismo permaneciendo fija.
martes, 2 de octubre de 2012
viernes, 10 de agosto de 2012
Lo seco del papel
La deshora de una espera
el papel sobre la frente
blanco
la poética retardada
la inacción de los dedos
tiemblan
La falta de
Lo que se llena de
Ni un ápice
ni indicio
Es por eso que lloran
los poetas
cuando les pegan
en la yugular
esperando sangrar
Todo es relativo
Pero cuando duele
duele
Y no está bien
ni mal
El Alicurco
el papel sobre la frente
blanco
la poética retardada
la inacción de los dedos
tiemblan
La falta de
Lo que se llena de
Ni un ápice
ni indicio
Es por eso que lloran
los poetas
cuando les pegan
en la yugular
esperando sangrar
Todo es relativo
Pero cuando duele
duele
Y no está bien
ni mal
El Alicurco
viernes, 25 de mayo de 2012
Así, cuando me bailas en verde
Cuando te pintas de luz de neón
en las discotecas
con el rostro como muerto y el cuerpo excitante
La distancia que crea tu pista y mi silla
Me hace pedir el próximo trago
Porque guapa eres, sí, y así te sientes, sí
Porque mejor te rebotan así las luces artificiales
Pero me gustas más cuando te pintas de verde
Y desde allí, desde tu pista, me miras
con los ojos recargados en negro
Aislando los demás cuerpos sudorosos que te rodean
junto con la humedad del aire
Pareciera que el olor a cigarrillo se hiciera de pronto agradable
cuando me bailas así
Pareciera que así te veo también mejor, con la nebulosa de cada quemada
Simplemente me miras, haciendo como que no,
con el cuerpo en los otros
Aunque permanezca sentado, y guapa te sientes y guapa te sienten
Sigues bailando para mí,
con todos los verdes del mundo
con todos los verdes del mundo
El Alicurco
martes, 10 de abril de 2012
Diablo blanco
Y se nos pasa la vida
que se nos acaba la noche
aquellas donde las pisadas pesan
como plomo grisáceo
Cuando la luna nos brilla
a la espera de la melancolía
Esquivando aquellas penas
reflejadas por la luz acuosa
de todos los ojos
Que nadie se salva cuando peca redonda y solitaria
Y así de obstinados como ella, seguimos esperando
a menguar los errores
Tanto que movemos el rumbo y los pies
tratando de aferrarnos al cambio
mientras en el entretanto se nos camina la vida
Cuando la noche humedece las calles con suspiros y nieblas
encaramos los colmillos de la madre nocturna
que vigilante y alerta
nos acompaña en el desgarro astral
de todos los que se desean heridos
E insistente persigue nuestro paso
y los pasares
de los fragmentos que duran nuestra vida
en el eterno durar del hombre
A paso blanco
A paso del diablo
que se nos acaba la noche
aquellas donde las pisadas pesan
como plomo grisáceo
Cuando la luna nos brilla
a la espera de la melancolía
Esquivando aquellas penas
reflejadas por la luz acuosa
de todos los ojos
Que nadie se salva cuando peca redonda y solitaria
Y así de obstinados como ella, seguimos esperando
a menguar los errores
Tanto que movemos el rumbo y los pies
tratando de aferrarnos al cambio
mientras en el entretanto se nos camina la vida
Cuando la noche humedece las calles con suspiros y nieblas
encaramos los colmillos de la madre nocturna
que vigilante y alerta
nos acompaña en el desgarro astral
de todos los que se desean heridos
E insistente persigue nuestro paso
y los pasares
de los fragmentos que duran nuestra vida
en el eterno durar del hombre
A paso blanco
A paso del diablo
jueves, 16 de febrero de 2012
Entonces quiero sin la gravedad del amor
Mañana se apagará sin un previo verano
el otoño próximo que hará palpitar las hojas
que se apagan con el viento del sur
que susurran las ansias de caer
y de rodar contra el aire.
Marearse hasta vomitar de amor
contra la gravedad terráquea.
Las estaciones que callan el día esperado
una señal de consolación
que permiten calmar los nervios memoriales
de aquellos que aman primaveras
y veranos rencorosos.
De los que hablan desde su estación
y sin importar que los veranos sean grises
ni que los inviernos ardan.
Que nada cambia, ni el clima que nos rige.
La rutina de quererse estancado en la carne
del tiempo y del devenir de sus estaciones
que solo piensa en mujeres y groserías callejeras.
Mientras el loco creyendo caminar derecho
mantiene un paso circular geoide
por avenidas grises
que se sienten ajenas al cambio.
Y que tanto cambia la vida entre los que aman
y los que no
si tan sólo ha pasado que se aproxima nuevamente
el otoño.
El Alicurco
el otoño próximo que hará palpitar las hojas
que se apagan con el viento del sur
que susurran las ansias de caer
y de rodar contra el aire.
Marearse hasta vomitar de amor
contra la gravedad terráquea.
Las estaciones que callan el día esperado
una señal de consolación
que permiten calmar los nervios memoriales
de aquellos que aman primaveras
y veranos rencorosos.
De los que hablan desde su estación
y sin importar que los veranos sean grises
ni que los inviernos ardan.
Que nada cambia, ni el clima que nos rige.
La rutina de quererse estancado en la carne
del tiempo y del devenir de sus estaciones
que solo piensa en mujeres y groserías callejeras.
Mientras el loco creyendo caminar derecho
mantiene un paso circular geoide
por avenidas grises
que se sienten ajenas al cambio.
Y que tanto cambia la vida entre los que aman
y los que no
si tan sólo ha pasado que se aproxima nuevamente
el otoño.
El Alicurco
lunes, 13 de febrero de 2012
Analfabetos acústicos
Sonaba la canción cuando ella preparaba el pollo en la cocina.
El volumen estaba al máximo.
En una cocina baldosada en un verde musgo.
El filo del cuchillo parecía coordinarse con la aguja del tocadiscos.
Era una canción en inglés.
Él se encontraba en el living, sentado a lo indio mirando hacia arriba como giraba el disco, fue en un mediodía de luces blancas.
A su costado estaba ella, en realidad su espalda descubierta y el vestido con lunares que caía hasta sus piernas.
Ella tarareaba y cortaba las verduras para el pollo.
Y aunque él no entendía lo que decía la canción, habían risas prematuras y una cierta inflación en el vientre que le hacía agarrar los pies de la mesa donde reposaba la máquina, una de ellas estaba suelta y mal amarrada con cinta.
Cantaba agudo y sin ritmo, le faltaban los dientes delanteros por lo que seseaba algunas partes del estribillo.
Alzaba los brazos y movía los dedos como si quisiera agarrar el aire, o la música.
La olla de presión comenzó a sonar, era el punto de ebullición.
Y entre el retumbar del cuchillo contra las verduras, la olla de presión y el tocadiscos, había una reverberancia peligrosa, un choque de ondas sonoras anunciantes.
Se produjo un silencio entre la cocina y el living.
La canción había llegado a su final, al mismo tiempo en el que ella arrojaba las verduras al agua hirviendo.
Y como la aguja no retornaba a su punto, él intentaba llegar a ella aferrándose de las patas delanteras, con una mano en cada una de ellas, haciendo presión hacia su pecho, quedando justo debajo del tocadiscos.
Rechinaban en el silencio las patas traseras, mientras cada vez más la cinta de la delantera se hacía más floja.
Las piezas desmenuzadas del pollo iban entrando una por una en la olla.
Tambaleaban los costados, mientras el sonido de una canción ajena seguía reproduciéndose.
De un tirón, la pata delantera quedo totalmente desencajada, pero fue la única que quedó de pié, tenía cinta en la parte superior.
Habían pedazos de vidrio por todo el piso, también algunos sobre el mismo tocadiscos.
El impacto fue lo suficientemente fuerte como para romper el silencio acústico que había entre los dos espacios.
Desde la cocina se veía parte de un brazo tumbando junto a algunos restos de vidrio por los lados, pero no se veía lo suficiente como para ver más allá del cuerpo o parte de la máquina.
Lo único que si se podía saber con certeza era que el vinilo seguía emitiendo un sonido ajeno medio atrofiado.
Y antes que ella pudiera siquiera mover un músculo, el pollo ya estaba blanco.
Nadie nunca supo el nombre ni la letra de la canción, porque estaba en inglés.
El Alicurco
El volumen estaba al máximo.
En una cocina baldosada en un verde musgo.
El filo del cuchillo parecía coordinarse con la aguja del tocadiscos.
Era una canción en inglés.
Él se encontraba en el living, sentado a lo indio mirando hacia arriba como giraba el disco, fue en un mediodía de luces blancas.
A su costado estaba ella, en realidad su espalda descubierta y el vestido con lunares que caía hasta sus piernas.
Ella tarareaba y cortaba las verduras para el pollo.
Y aunque él no entendía lo que decía la canción, habían risas prematuras y una cierta inflación en el vientre que le hacía agarrar los pies de la mesa donde reposaba la máquina, una de ellas estaba suelta y mal amarrada con cinta.
Cantaba agudo y sin ritmo, le faltaban los dientes delanteros por lo que seseaba algunas partes del estribillo.
Alzaba los brazos y movía los dedos como si quisiera agarrar el aire, o la música.
La olla de presión comenzó a sonar, era el punto de ebullición.
Y entre el retumbar del cuchillo contra las verduras, la olla de presión y el tocadiscos, había una reverberancia peligrosa, un choque de ondas sonoras anunciantes.
Se produjo un silencio entre la cocina y el living.
La canción había llegado a su final, al mismo tiempo en el que ella arrojaba las verduras al agua hirviendo.
Y como la aguja no retornaba a su punto, él intentaba llegar a ella aferrándose de las patas delanteras, con una mano en cada una de ellas, haciendo presión hacia su pecho, quedando justo debajo del tocadiscos.
Rechinaban en el silencio las patas traseras, mientras cada vez más la cinta de la delantera se hacía más floja.
Las piezas desmenuzadas del pollo iban entrando una por una en la olla.
Tambaleaban los costados, mientras el sonido de una canción ajena seguía reproduciéndose.
De un tirón, la pata delantera quedo totalmente desencajada, pero fue la única que quedó de pié, tenía cinta en la parte superior.
Habían pedazos de vidrio por todo el piso, también algunos sobre el mismo tocadiscos.
El impacto fue lo suficientemente fuerte como para romper el silencio acústico que había entre los dos espacios.
Desde la cocina se veía parte de un brazo tumbando junto a algunos restos de vidrio por los lados, pero no se veía lo suficiente como para ver más allá del cuerpo o parte de la máquina.
Lo único que si se podía saber con certeza era que el vinilo seguía emitiendo un sonido ajeno medio atrofiado.
Y antes que ella pudiera siquiera mover un músculo, el pollo ya estaba blanco.
Nadie nunca supo el nombre ni la letra de la canción, porque estaba en inglés.
El Alicurco
martes, 13 de diciembre de 2011
Retrato de una noche
El Cristo redentor, yo abajo y la estatua arriba, juntos por la distancia, todo gracias a la perspectiva. Al lado de esta, el Pan de Azúcar, montañoso, vista al mar, un atardecer. Abajo de esta otra, otra más de la montaña pero con Carla, mi ex pareja.
Sonriente en todas las fotos, jovial. Trajes de baños cortos, buen sexo.
Todas esas poses turísticas, tanta gente sacando las mismas fotos, filas y filas de gente encuadrando como si se repitiera, como si fuera un calco, la gente cambia. Ni siquiera, las sonrisas, la capacidad de capturar el instante, el segundo de apariencia, pese a que son todos los rostros distintos, clasificables, por alguna razón algo los une.
Cerré el álbum de fotografías, agarré mi champán y tuve la necesidad de tomarlo todo de un sorbazo. No estaba espumoso ¿Cuánto tiempo habré estado con las fotos? El sabor a masa de pan se sostenía en la parte áspera de la lengua.
Tanto estante lleno de libros, mis viejos siempre nostálgicos, con libros sin leer, acumuladores como hormigas. El otro día en este mismo estante encontré un diario del Mercurio del '66.
También estaban esos típicos libros que regalan a la familia, libros de cocina nunca leídos, libros que se compran en los viajes turísticos (tampoco leídos) para hojearlos y ver las mismas fotos que uno se saca en los parques y monumentos.
Tanta gente en la fiesta, casi todos unos viejos, elegantes, manteniendo su juventud en la vestimenta, el "arte" del buen vestir, el ser y el tener.
¿Qué pensarán del hijo del dueño de casa? Acá, chupando sólo. Debería ir y preguntarle al viejo de Armando si me puede dejar cerca de mi casa.
Guardo el álbum primero y voy. Tanta basura acumulada, algún día el estante va a colapsar, esa ordenada va a estar buena. Cuando por fin pude hacer un hueco para el famoso álbum, entre medio de las hojas plásticas, encontré un viejo libro de anatomía del cuerpo humano.
Nuevamente tuve necesidad de sacarlo. Inmediatamente reconocí el color de la portada, un fucsia aviejado, casi como si el mismo tiempo le hubiera otorgado un color propio, ajeno a cualquier gama y combinatoria. No recuerdo qué edad tenía cuando revisaba este libro, ¿De donde salió? ¿Quién lo compró y por qué?. Cuando lo abrí, sentí que mis manos fueron ajenas, como si tuvieran poco compromiso en ese momento, tan grandes, tan adultas, tan poco como las recordaba.
Sentía que me estaban mirando, desvié la mirada del libro y los ojos de una mujer un poco mayor que yo se desviaron hacia abajo. Hizo como si estuviera concentrada en su trago, un champán bien fresco, qué ganas de uno ahora.
El libro por supuesto estaba lleno de polvo, entre cada hoja se notaban los años de ausencia y de poca revisión. Salté toda las letras, las hojas en blanco con información, viejos mecanismos biológicos, análisis obsoletos, prácticamente un libro de existencia romántica y de poca utilidad científica.
Llegué al recuerdo mismo, hojas transparentes con estampados de la figura humana.
Funcionaban como capas, la primera hoja tenía el esqueleto, la segunda los músculos y la tercera el cuerpo completo (de más está adentrarse a describir el sistema nervioso, el sistema límbico y esas cosas).
Cuando vi el cuerpo femenino, sentí una cierta excitación inocente, como si fuese parte del erotismo infantil, un recuerdo de curiosidad. Las hojas no eran como las recordaba, había una especie de mal recuerdo ¿Un mal recuerdo o lo estoy viendo mal ahora?
La música me desconectó, parece que el reproductor no andaba bien, un CD rayado o algo así, volví a levantar la mirada, había menos gente. Aquella mujer seguía estando sola, parecía medio borracha en su soledad, con la mirada baja y poco acompañada. No la quise mirar mucho.
Escuchaba a mi viejo gritando, no entendía muy bien, parecía lejos la voz. Los gritos incrementaban, pero eran palabras indescifrables a mi distancia. Arranqué las hojas transparentes, aprovechando la atención que tenía la gente en la situación del griterío, por lo que pude hacer la maniobra con tranquilidad.
Mientras las guardaba en mi saco, me dirigí a la cocina por un champán. Abrí la heladera y saqué una botella cerrada. Lo bueno de estas botellas es que no se necesita de un saca corcho ni nada, es llegar y tomar. Me senté cerca del lavamanos, estaba bien helada, con un dulzor y un tamaño de burbujas ideal, refrescante después de estar rodeado de gente.
Gracias al vidrio detrás mío pude escuchar mejor el griterío, efectivamente era la voz de mi viejo, con su todo grave, melancólico y medio cascarrabias. Aparentemente mi vieja estaba borracha, ha de haber tomado más de la cuenta. Se fue a dormir y mi viejo no podía soportar que desapareciera de la fiesta.
Había cierta curiosidad, las fotos todavía estaban palpables en la frente, no su trazo, sino los colores resaltadores de la venas, las arterias, el rojo representado en los músculos, era en cierta manera revivir un lado muerto, o despertar un lado dormido si se quiere.
Miré por la ventana, justo daba hacia la portón de salida. Veía sombras moviéndose hacia fuera de la casa, la gente estaba yéndose de la fiesta, inferí nuevamente que mi viejo quiso cortar todo, mi hipótesis se corroboraba en la ausencia de música en el ambiente, por lo que no me quedaba duda alguna.
Con media botella en la mano, me dio un sueño terrible, me levanté del lugar, estaba medio ebrio, no había nadie. Sólo las copas a medio tomar, aperitivos sin comer, las sillas vacías y un silencio electrizante.
El viejo de Armando ha de haberse ido, ya no podía volver a mi casa, agarré uno de los cojines del living, por alguna razón saqué el cojín donde estuvo sentada la mujer de mirada solitaria. Me pesó el cuerpo entero, entré al baño. Sin prender la luz cerré la puerta, corrí las cortinas del baño medias húmedas, y me metí en la bañera. Pensar que hubo un tiempo en el que tenía suficiente espacio como para jugar en ella, pasar horas y horas hasta que la piel cediera en el agua, arrugando la piel de niño. Era fácil acomodar la cabeza en el cojín, me saqué los zapatos e hice un esfuerzo para sacarme el saco, tuve que inclinar el cuerpo hacia arriba y sacar los brazos sin golpearme con los bordes.
Quería usar el saco como una manta para pasar la noche, pero me encontré con las fotos nuevamente, no me iba a levantar para prender la luz, todavía tenía las imágenes en la frente, aparecían de vez en cuando. Saqué de todos modos las fotos, al momento de sacarlas, hubo un roce entre el saco, los filamentos mi mano y las hojas. Era el sonido del plástico, sonaban como si estuvieran adheridas magnéticamente, era un sonido en la oscuridad. De alguna manera hizo que mi cuerpo calzara justo en la bañera.
El Alicurco
Sonriente en todas las fotos, jovial. Trajes de baños cortos, buen sexo.
Todas esas poses turísticas, tanta gente sacando las mismas fotos, filas y filas de gente encuadrando como si se repitiera, como si fuera un calco, la gente cambia. Ni siquiera, las sonrisas, la capacidad de capturar el instante, el segundo de apariencia, pese a que son todos los rostros distintos, clasificables, por alguna razón algo los une.
Cerré el álbum de fotografías, agarré mi champán y tuve la necesidad de tomarlo todo de un sorbazo. No estaba espumoso ¿Cuánto tiempo habré estado con las fotos? El sabor a masa de pan se sostenía en la parte áspera de la lengua.
Tanto estante lleno de libros, mis viejos siempre nostálgicos, con libros sin leer, acumuladores como hormigas. El otro día en este mismo estante encontré un diario del Mercurio del '66.
También estaban esos típicos libros que regalan a la familia, libros de cocina nunca leídos, libros que se compran en los viajes turísticos (tampoco leídos) para hojearlos y ver las mismas fotos que uno se saca en los parques y monumentos.
Tanta gente en la fiesta, casi todos unos viejos, elegantes, manteniendo su juventud en la vestimenta, el "arte" del buen vestir, el ser y el tener.
¿Qué pensarán del hijo del dueño de casa? Acá, chupando sólo. Debería ir y preguntarle al viejo de Armando si me puede dejar cerca de mi casa.
Guardo el álbum primero y voy. Tanta basura acumulada, algún día el estante va a colapsar, esa ordenada va a estar buena. Cuando por fin pude hacer un hueco para el famoso álbum, entre medio de las hojas plásticas, encontré un viejo libro de anatomía del cuerpo humano.
Nuevamente tuve necesidad de sacarlo. Inmediatamente reconocí el color de la portada, un fucsia aviejado, casi como si el mismo tiempo le hubiera otorgado un color propio, ajeno a cualquier gama y combinatoria. No recuerdo qué edad tenía cuando revisaba este libro, ¿De donde salió? ¿Quién lo compró y por qué?. Cuando lo abrí, sentí que mis manos fueron ajenas, como si tuvieran poco compromiso en ese momento, tan grandes, tan adultas, tan poco como las recordaba.
Sentía que me estaban mirando, desvié la mirada del libro y los ojos de una mujer un poco mayor que yo se desviaron hacia abajo. Hizo como si estuviera concentrada en su trago, un champán bien fresco, qué ganas de uno ahora.
El libro por supuesto estaba lleno de polvo, entre cada hoja se notaban los años de ausencia y de poca revisión. Salté toda las letras, las hojas en blanco con información, viejos mecanismos biológicos, análisis obsoletos, prácticamente un libro de existencia romántica y de poca utilidad científica.
Llegué al recuerdo mismo, hojas transparentes con estampados de la figura humana.
Funcionaban como capas, la primera hoja tenía el esqueleto, la segunda los músculos y la tercera el cuerpo completo (de más está adentrarse a describir el sistema nervioso, el sistema límbico y esas cosas).
Cuando vi el cuerpo femenino, sentí una cierta excitación inocente, como si fuese parte del erotismo infantil, un recuerdo de curiosidad. Las hojas no eran como las recordaba, había una especie de mal recuerdo ¿Un mal recuerdo o lo estoy viendo mal ahora?
La música me desconectó, parece que el reproductor no andaba bien, un CD rayado o algo así, volví a levantar la mirada, había menos gente. Aquella mujer seguía estando sola, parecía medio borracha en su soledad, con la mirada baja y poco acompañada. No la quise mirar mucho.
Escuchaba a mi viejo gritando, no entendía muy bien, parecía lejos la voz. Los gritos incrementaban, pero eran palabras indescifrables a mi distancia. Arranqué las hojas transparentes, aprovechando la atención que tenía la gente en la situación del griterío, por lo que pude hacer la maniobra con tranquilidad.
Mientras las guardaba en mi saco, me dirigí a la cocina por un champán. Abrí la heladera y saqué una botella cerrada. Lo bueno de estas botellas es que no se necesita de un saca corcho ni nada, es llegar y tomar. Me senté cerca del lavamanos, estaba bien helada, con un dulzor y un tamaño de burbujas ideal, refrescante después de estar rodeado de gente.
Gracias al vidrio detrás mío pude escuchar mejor el griterío, efectivamente era la voz de mi viejo, con su todo grave, melancólico y medio cascarrabias. Aparentemente mi vieja estaba borracha, ha de haber tomado más de la cuenta. Se fue a dormir y mi viejo no podía soportar que desapareciera de la fiesta.
Había cierta curiosidad, las fotos todavía estaban palpables en la frente, no su trazo, sino los colores resaltadores de la venas, las arterias, el rojo representado en los músculos, era en cierta manera revivir un lado muerto, o despertar un lado dormido si se quiere.
Miré por la ventana, justo daba hacia la portón de salida. Veía sombras moviéndose hacia fuera de la casa, la gente estaba yéndose de la fiesta, inferí nuevamente que mi viejo quiso cortar todo, mi hipótesis se corroboraba en la ausencia de música en el ambiente, por lo que no me quedaba duda alguna.
Con media botella en la mano, me dio un sueño terrible, me levanté del lugar, estaba medio ebrio, no había nadie. Sólo las copas a medio tomar, aperitivos sin comer, las sillas vacías y un silencio electrizante.
El viejo de Armando ha de haberse ido, ya no podía volver a mi casa, agarré uno de los cojines del living, por alguna razón saqué el cojín donde estuvo sentada la mujer de mirada solitaria. Me pesó el cuerpo entero, entré al baño. Sin prender la luz cerré la puerta, corrí las cortinas del baño medias húmedas, y me metí en la bañera. Pensar que hubo un tiempo en el que tenía suficiente espacio como para jugar en ella, pasar horas y horas hasta que la piel cediera en el agua, arrugando la piel de niño. Era fácil acomodar la cabeza en el cojín, me saqué los zapatos e hice un esfuerzo para sacarme el saco, tuve que inclinar el cuerpo hacia arriba y sacar los brazos sin golpearme con los bordes.
Quería usar el saco como una manta para pasar la noche, pero me encontré con las fotos nuevamente, no me iba a levantar para prender la luz, todavía tenía las imágenes en la frente, aparecían de vez en cuando. Saqué de todos modos las fotos, al momento de sacarlas, hubo un roce entre el saco, los filamentos mi mano y las hojas. Era el sonido del plástico, sonaban como si estuvieran adheridas magnéticamente, era un sonido en la oscuridad. De alguna manera hizo que mi cuerpo calzara justo en la bañera.
El Alicurco
domingo, 11 de diciembre de 2011
En el instante del día
Llovía.
No había ninguna luz prendida.
La entrada del departamento olía a humedad.
Un paraguas mal apoyado contra la pared
goteaba desde la punta.
Habían huellas de botas en el piso de madera,
y en la alfombra.
Alguien prendió un cigarrillo, el cenicero estaba usado.
El ventanal quedó abierto, las cortinas transparentes
se mecían al ritmo del viento.
La radio estaba prendida, parpadeaba cada 5 segundos,
su luz azuleja iluminaba un florero vacío.
Sólo se escuchaba un zumbido agudo y un eco.
Seguía lloviendo afuera del departamento.
El Alicurco
No había ninguna luz prendida.
La entrada del departamento olía a humedad.
Un paraguas mal apoyado contra la pared
goteaba desde la punta.
Habían huellas de botas en el piso de madera,
y en la alfombra.
Alguien prendió un cigarrillo, el cenicero estaba usado.
El ventanal quedó abierto, las cortinas transparentes
se mecían al ritmo del viento.
La radio estaba prendida, parpadeaba cada 5 segundos,
su luz azuleja iluminaba un florero vacío.
Sólo se escuchaba un zumbido agudo y un eco.
Seguía lloviendo afuera del departamento.
El Alicurco
viernes, 28 de octubre de 2011
En verde seno
Sueñan los soñadores
Que tanta tierra extrae la boca del estómago
Tanta plantación en el camino de un sólo hombre
El que canta sólo en su jardín
Y tantos pasos sueña sin tierras ni soles
Canta el desarraigado, cosechando y desechando
Sueña con plantas sin raíces
El hombre que escupe en su tierra, el que vive volviendo
Canta el viento en la sien de los que siembran el verde de su espalda
De los que deambulan sin esperar despertar
El Alicurco
Que tanta tierra extrae la boca del estómago
Tanta plantación en el camino de un sólo hombre
El que canta sólo en su jardín
Y tantos pasos sueña sin tierras ni soles
Canta el desarraigado, cosechando y desechando
Sueña con plantas sin raíces
El hombre que escupe en su tierra, el que vive volviendo
Canta el viento en la sien de los que siembran el verde de su espalda
De los que deambulan sin esperar despertar
El Alicurco
lunes, 12 de septiembre de 2011
La voz del concreto
Hace tanto tanto
Que la ciudad inunda el cielo
Que los vidrios nocturnos acarician círculos y destellos de luces
Reflejos de neón, que tiñen los rostros perdidos
Cables retorcidos se deslizan entre las calles por postes
Edificios erectos, que violan el Sol durante el día
Hace tanto tanto
Que la gente llora gris
Que el humo urbano emana dolores nostálgicos de idas
Que los trenes evaporan lágrimas
Y los aviones tartamudean vientos sin vuelta
Hace tanto, tanto
Que metales verticales y propagandas
Que ciegos y mantas
Que calles vacías
Y tanta, tanta ciudad
El Alicurco
Que la ciudad inunda el cielo
Que los vidrios nocturnos acarician círculos y destellos de luces
Reflejos de neón, que tiñen los rostros perdidos
Cables retorcidos se deslizan entre las calles por postes
Edificios erectos, que violan el Sol durante el día
Hace tanto tanto
Que la gente llora gris
Que el humo urbano emana dolores nostálgicos de idas
Que los trenes evaporan lágrimas
Y los aviones tartamudean vientos sin vuelta
Hace tanto, tanto
Que metales verticales y propagandas
Que ciegos y mantas
Que calles vacías
Y tanta, tanta ciudad
El Alicurco
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