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jueves, 10 de diciembre de 2009

Vuelo suspendido

Fue robada una maleta en la zona de equipaje, un poema dirijido, el que nunca fue tomado.
Viene de un calco cedular desconocido. ¿A donde se fue nuestro pasaporte y nuestro vuelo juntos?
Nunca sabrás que fue enterrar los pies en tal cemento fresco para que otro se llevara el vuelo contigo y mi pasaporte.
Nunca sabrás que es estar todavía sacando las grietas de mis pies, el cemento seco, duro, difícil de sacar.
¿Donde está el vuelo? siempre te quise poner alas para que volaras conmigo, me quitaste las mías para darle el vuelo a otro. A alguien misterioso para mi y también para tí. No hay nada que ver, nada que tocar, ningún papeleo es importante para casarte con él. Si quieres toma el vuelo mañana a la hora que se te antonje, la condición es que lleves su equipaje.
Que maleta la que te pesa, te quedarás en las raíces que has tirado, trata de volar ahora. Inténtalo con mi pasaporte, el que no tomaste, si es que alguna vez te atreves a volar.
Apúrate, que ya va a despegar, veré tu vuelo desde atrás como siempre.

martes, 17 de noviembre de 2009

El callejón del gato

Después de descubirir que se lleva toda una vida de historias peregrinas, sin rumbo, sin panorama, sin visita y sin llegada, sólo se plantea de forma sugerente la historia de un gato que murió siendo un gato, sin una, ni cuatro ni nueve vidas, sólo es la muerte de un pobre gato.
Sugiere una vida de caminos con finales distintos, tal vez parecida a alguna muerte felina, o quizá a la de un tercer piso. Los que miran y no miran para cruzar la calle, los que duermen y no duermen en cajas, los que rompen cartones y los que encuentran un paquete de papas fritas saladas con restos de fritura esparcidas por basura.
O un viejo del saco, tal vez un saco de comida para gatos, o un gato en el saco para comer, o quizá un saco con gatos muertos y comida rancia para enterrar.
Qué peregrina se ve la vida desde los ojos de un gato, que dócil se nota un viejo apoyando su cabeza en una banca verde gastado, que ágil se ven los movimientos felinos en la noche, y que poco se notan los sueños de un gato en un día de callejones.
No se nota la diferencia entre las palamas de un niño con la panza de un gato gordo, no se notan tonos distintos en su sangre. Se parecen en harto lo que no se parece y parece ser que nadie supiera.
Porque final hay y sus nueve finales valen lo mismo que el primero. Ahora mismo se encuentran contra el suelo unas cuantas colas, y unos cuantos bigotes grises. Se duerme en el día y se acuesta en el sueño, durmiendo en cajas hechas de techo y de botellas de cerveza con aliento a pezón de madre.
Se parecen a los finales sin rumbo, a los finales que parecen ser de día o de día, depende si se es un gato o no.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Mentira Infantil

Miénte de nuevo el niño
Con o sin costras de una tarde de pelota
Con o sin risas y llantos en la entrada del jardín
De mentiras sonrientes, de las que emanan olores a chocolate salado
Recortes de animales y tiranosaurios en el cuaderno dentro una mochila vacía
La llegada a una casa de mentiras, la casa de muñecas
Una plastisina dura con pelos debajo de la cama que espera ser encontrada bajo la sombra de una familia rota.
Pobre niño mentiroso, se ríe en la pieza con la bola de plastisina dura y llora bajo un techo seco que se ríe de él.

jueves, 11 de junio de 2009

Sin tinta para el nombre

Se ha manchado con tinta negra el nombre.
El nombre de ayer, el de mañana y quizás el de pasado mañana.
Que cosa la mentira del olvido, que cosa tan grande fue la composición del que calló en su propia tumba.
Sin crecer es la verdad del niño, y si manchado se ve su nombre cuando nace, es porque queda en el olvido.
Cretino el que crea, y más el que destruye.
Sin ser creado se destruye la creación.
Sin ser destruido no hay reencarnación.
Y si se limpian las manos ensangrentadas en tinta negra, será tarde para el nombre escrito.
Si me llamo nombre, díganme de otro modo, porque la pluma es seca sin nombre.

martes, 19 de mayo de 2009

El paraíso

Sin sol ni luna, un lugar desesperanzado, sin luz ni sombra. Donde la gente que vive ahí no sabe cuando amanece el alba ni cuando llega la penumbra de la noche.
Caminan descalzos entre cenizas y humo con olor a querosén. Sin ver nada ni a nadie, comiéndose los cuerpos negros que van quedando enterrados en polvo grisáceo. Gritos de agonía todo el tiempo, dolor y desamparo. Nadie ve nada, topos a la luz del día muertos de hambre.
Sin previo aviso, hay luz. Cada uno de esos seres sienten un escalofrío desde su columna vertebral hasta los hombros, como si alguien los tocara por dentro de sus desmusculados cuerpos.
Tenía el rostro de alguien, pero no es descriptible, era hermoso, o tal vez hermosa. Venía bajando del cielo, el humo se iba mientras se reconocían tocándose los rostros, las cenizas volaban por el cielo y los pies de la figura iluminada tocaban el suelo.
Era un ángel, un ángel precioso, descalzo cómo la gente del lugar, sólo que tenía cicatrices abiertas en ambos pies y manos. Extendió las alas y sus brazos, entregándose.
Maravillados con la figura, en un silencio absoluto, nadie se atrevía a moverse. Uno de ellos se acercó, a un paso muy lento. se encontró a los pies del él. Sus cicatrices sangraban, le cayó una gota en la frente, eran sus manos que también estaban sangrando.
Una vez frente a él se movió lentamente para abrazarlo. El ángel pareció ceder, porque no se resignaba. Su piel estaba tibia, las frías manos del hombre tocaron la espalda angelical. Llegó a las alas, blancas, encandilantes, plumadas, llenas de vida.
No se había dado cuenta, pero el ser iluminado lo estaba mirando a los ojos, se acercó más a él, algo le susurró en la oreja. Le besó la frente, nadie escuchó lo que dijo el ángel, pero se dieron cuenta de que el hombre lo estaba abrazando más fuerte.
bestialmente el humano le arrancó la alas, como si desplumara a un ave para quitarle el vuelo. El hombre se tiró en sima de él, golpeando su rostro para desfigurarlo. Seguía golpeando su cabeza contra el piso, arrastrando su rostro entre las cenizas, las plumas volaban entintadas en sangre cayendo lentamente al suelo.
La gente simplemente miraba, sólo captaban que tenía los ojos abiertos mirando el cielo y que sus cicatrices se habían cerrado. El aldeano apuntando al cielo gritó con una voz fatigada "¡Aquí hay comida, coman, coman!".
El pueblo corrió hacia el ángel como si fueran hormigas que van al pan fresco. Era tal montón de gente, que sólo se veían plumas, tripas y sangre volando por el aire mientras que en ese lugar, ese oscuro lugar, era cerrado por una capa de humo densa.

jueves, 23 de abril de 2009

El poema de una madre

Que las miradas no sean en vano hijos, que soy su madre en la locura. No se sientan mal por perder, que soy la madre de las perdiciones. Vean sus penas hijos, no las rechacen, que más les duele, no entierren sus pecados en la tumba, que está muy oscura y no se alcanza a ver nada.
Miren hijos, que en mi vientre yo siempre los tengo, nunca me iré. No vean a la gente que se va en un metro desolado, que darse vuelta para verlos por última vez significa verlos por siempre.
Siempre los quise, siempre los querré. No existe soledad en lo que les digo ni en lo que escucho, soy su libro personal. Les digo mis niños, no publiquen sus sueños en el diario de vida que guardan debajo de su cama en un candado que les relata mentiras, no está hecho para ser visto como un periódico.
No vengan llorando hacia para parcharles el dolor cuando se caigan y desgarren una herida que no cicatriza, nadie puede, ni yo que los quiero tanto, porque no es cosa de consolarlos ni de darles consejos que sean en vano.
No acaba todavía mis angelitos, cuando les compre alas podrán bajar y tocar tierra. Por ahora estamos unidos, pero el cordón no llega hasta tan lejos, no quiero dañarlos, puede que les duela la caída. Porque si lo tiro se corta, y si se corta los pierdo y cuando los pierda serán felices.

jueves, 19 de marzo de 2009

Resplandor anónimo

Resplandor anónimo

Ese día, Vicente cada vez parecía más nervioso. Ya casi no le quedaban uñas, sus dedos estaban arrugados de tanto chupárselos, hasta sangre salía de sus callos de tanto morderlos. No parece llegar a ninguna parte, sólo se queda observando la tienda de joyas, eran las típicas chuchearías que a las mujeres les encanta usar, no sabe si es una obsesión que aparece en las mujeres desde que nacen, algo así cómo un hechizo de la propia mente femenina que impulsa su curiosidad hacia los objetos brillantes que pueden usarse tal como una prenda de vestir.

Pero para él no significaba nada, era tan solo un brillante burdo, que no tenía mayor relevancia. Aún así se queda observando las joyas, busca desde la más grande y brillante, hasta la más pequeña pieza deslustrada del lugar. Ninguna de la vitrina le gusta, no tiene esa chispa que prende la mente femenina, ese deseo consumista que parece una competencia con la luna, para juzgar cual de las dos brilla más en la noche.

La verdad es que en su mundo masculino no existe tal cosa, es por eso que decide buscar dentro del lugar. Entra con una sonrisa sarcástica y sus manos en los bolsillos, que delataba su poca experiencia en las compras de ese estilo. Inspecciona sutilmente el lugar con miradas confusas hacia su entorno. De pronto, su mirada se queda fija en el rostro de una mujer, ahí estaba ella, la única mujer que ha conquistado el alma de este hombre. Se encogió de hombros, pero ésta no prestó atención, su papeleo la descontentaba del mundo. Ignoraba a su cliente, pero éste no quitaba su mirada en el rostro de su amada. Estaba perplejo, su voz en ese momento no podía salir, su temor lo dominaba, pero eso no lo iba ha hacer retroceder. Tenía que decir las líneas del típico comprador para llamar su atención, parece una tarea fácil, pero para Vicente era dejarlo entre la espada y la pared. Abrió la boca, pero su voz no salía, su esfuerzo era tremendo, un murmullo salió de sus labios, aún así la mujer no escuchaba. Lo intentó de nuevo, pero no hubo respuesta por parte de la mujer.

Un hombre que pasaba con prisa chocó con Vicente, tirándolo al suelo donde su hombro derecho fue el que amortiguó su caída. El ruido provocó una reacción inmediata de la joven, lo ayudó a ponerse de pie, sonrió y le pregunto dulcemente: -¿Se encuentra bien señor?

El hombre afirmó con la cabeza, intentó hablar y le dijo tartamudeando entre dientes:

-Disculpe señorita, ¿Me podría enseñar algún tipo de anillo de bodas para una mujer?

-Por supuesto caballero, dígame… ¿es para alguna mujer en especial?

Afirmó con la cabeza mirándola a los ojos. La dama sacó un libro lleno de variedades para elegir un tipo de anillo. Vicente con mucha calma volteaba las páginas, buscando su eslabón perdido, hasta que encontró la prenda perfecta, la señaló con su dedo casi sin uña.

-Creo que este es el anillo perfecto.

La mujer miró la foto riendo: -Es el mismo anillo que mi esposo me regaló para tomar mi mano.

La sonrisa de Vicente se tornó cada vez más falsa, trató de disimular con una expresión sarcástica de sorpresa y alegría.

-Ah...bueno, supongo que me lo llevaré.

Salió de la tienda con una pequeña caja en su mano, la abrió, ahí estaba el anillo. Se dirigió hacia una fuente de agua, tomó la joya y la arrojó a las profundidades.

Dedos crujientes sabor chocolate

Dedos crujientes sabor chocolate.

El crujido de los agotados dedos de mis pies sonó a galletas trituradas por una mujer ególatra. Un sonido fino, rebelde, engañoso, desordenado, misterioso. Devora esos pedazos de galletas tratando de taparse la boca para que nadie la mire comiendo. Una boca inalcanzable hasta para la vista. Que galletas más afortunadas, boca húmeda misteriosa, y a la vez que lástima por ellas, que por todo lo bueno que pasa por tal mujer termina triturado con la facilidad de ser galletas entre sus dientes. Abrir la caja de Pandora queda como un caos pequeño comparado a esa boca que te promete el cielo y alejarte del infierno, al final, te deja entre medio de ambos. Terminan dándole una esencia afrodisíaca sabor chocolate, que por cada suspiro vende una entrada al motel de sus labios que se hacen llamar vírgenes.

Es cansancio físico de verla tantos días, tantos recuerdos y desesperanzas soñadas. Llegaba la noche y se colaba entre mis sueños sin preguntar, amanecía y me encontraba con un envase de galletas sabor chocolate entre dedos dormidos. Pasé varias etapas que ni recuerdo. Pensaba estar loco, esquizofrénico, escuchaba labios femeninos triturando mí cabeza.

Caí en mi cama un día de delirio como cualquier otro, sin saber que la respuesta estaba frente a mis pies. Estaba enterrado en mi cama con los zapatos puestos, para que mis dedos no pudieran crujir.

Los silencios del recreo

Los silencios del recreo

Llevaba varios minutos mirando el reloj del patio. Cuando el palito más grande tocaba casi el seis, era porque se acababa el recreo. El piso estaba frío, me abrazaba las rodillas jugando con un pedazo de cordón blanco roto. Le sacaba el plástico de la punta con los dientes, hasta dejar muchas hilachas que se quedaban en mi lengua, que luego de masticarlas por un buen rato, las terminaba sacando con mi manga de la capa escolar color verde moco. Yo esperaba el toque de timbre, para entrar a la sala y terminar mi elefante verde de colmillos rojos, sí, colmillos rojos, porque había matado a un tigre pintado de amarillo, porque el naranjo me lo había quitado uno de mis compañeros. Dibujaba mucho en clases, de hecho, guardaba mis lápices de colores favoritos en el bolsillo de la capa. Escribía mi nombre en ellos con las uñas hasta que mis manos parecían un arco iris, dejaba el piso lleno de polvo rojo, amarillo, café, azul y verde.

Pero tenía que esperar para terminar mí obra de arte, apoyado en una pared toda dibujada con tiza de diferentes colores que te ensuciaba toda la capa. Yo no tenía tiza, sólo unos cuantos crayones mordisqueados en la punta. La tía no me dejaba pintar las paredes con los míos y mis amigos no me prestaban ninguno porque decían que se los iba a romper.

Miraba desde ahí como jugaban mis compañeros en los juegos coloreados. Grandes bloques con agujeros para meterse dentro, uno de ellos parecía un gran queso verde, imaginaba que estaba podrido y que por eso era verdoso.

Se metían siempre los mismos niños en la copa de los bloques. Uno de ellos era gordo, se le caían los mocos, quedaban colgando y cuando llegaban a la boca se los chupaba. El otro era bajo y con una cabeza muy muy grande, siempre andaba al lado del gordo.

Se creían los reyes de los bloques. Sólo ellos dos podían estar arriba, cuando otro niño trataba subirse, el cabezón chico gritaba que le iba a pegar el amigo gordo que decía ser cinturón amarillo en karate.

A algunos niños los dejaban jugar en los juegos de bloque, pero tenían que atrapar a los feos, a los tontos, a los hediondos y los callados. Los ponían en un rincón detrás de los juegos y los hacían comer lo que llamaban: “buffet de esclavo”. Si intentabas escapar, todos salían persiguiéndote gritando: “¡el esclavo escapa, el esclavo escapa, hay que darle el buffet, el buffet!”.

Pasó lo peor, el “niño caspa” fue apuntado por el cabezón, “¡buffet al caspa, buffet al caspa!” gritaba mientras el gordo se comía los mocos sueltos. Tres amigos fueron a atraparlo, el caspita salió corriendo rascándose la cabeza mientras su cara se ponía cada vez más roja.

Se puso a llorar, vino hacia mí, me abrazó diciéndome: “¡Ayúdame amigo, por favor ayúdame, no, no!”. Le tiré un codazo en la cara, chocó contra la pared y llegaron los tres niños a agarrarlo. Dos de ellos tomaron sus brazos y piernas, pero el tercero me miraba a mí. No lo miraba, hacía que jugaba con el cordón roto, pero cuando estaba sacándole el plástico de la punta, me miró las manos. Mejor dicho las uñas, mis uñas pintadas con crayones.

Sonrió, me apuntó con el dedo y dijo: “maricón que se pinta las uñas, niño maricón”. Los otros dos soltaron al caspa para rodearme. Escondí mis manos por detrás de las piernas, el “niño caspa salió corriendo mientras uno de los tres me gritaba: “niñita maricona que se pinta las uñas, niñita maricona”, los otros dos me agarraron ambos brazos repitiendo “niñita maricooona, niñita maricooona”.

Comencé a patalear, me retorcía en el piso pegando patadas por todos lados. Agarraron una de mis piernas, seguía pataleando con la que me quedaba. Tomaron mi otra pierna, pero aún trataba de soltarme con la cabeza y las caderas que no dejaba de mover.

Llegué sin fuerzas a los juegos de bloque, sudado, con los brazos dormidos y con la cabeza mirando el cielo. Había una higuera llena de cuervos que picoteaban los higos, los dejaban tan deformes y feos que le graznaban hasta que se cayeran. Me tiraron en la tierra, me arrastré por el piso tratando de escapar, se reían. Me agarraron de los brazos nuevamente “¿por qué trajeron a este?” dijo el cabezón, “mírale las uñas, se la pinta como las niñitas, hay que darle buffet”. Todos los niños del patio miraban como me iban hacer comer el buffet, estaba lleno, lo único que escuchaba era “buffet, buffet, buffet”. El gordo aplaudía de alegría, lo siguió el cabezón, y luego todos los del patio estaban aplaudiendo a un ritmo lento.

Llegó un niño con barro del jardín de la tía, estaba llena de gusanos y tenía un pequeño tulipán en la cima de color amarillo como el tigre que tenía en mi dibujo. Dos de ellos se bajaron los pantalones, mearon el barro, luego le tiraron escupos y flemas.

No pude aguantar más, me puse a llorar, mis mocos colgaban casi igual como le caían al gordo. El gordo saltó del bloque y hundió con todas sus fuerzas mi cara en el barro. Llegué a golpearme la nariz hasta tapármela con sangre, empecé a respirar por la boca mientras se escurrían los gusanos hasta mi garganta. El sabor a meado era ácido y los escupos resbalosos. Vomité mi pan con queso y el yogurt de frutilla del desayuno, se me salían pedazos de pan por la nariz. Veía todo borroso, los ojos los sentía calientes y mi garganta raspada. Caí sobre el vómito casi desmayado, un gusano me hacía cosquillas tratando de meterse por mi nariz, abrí los ojos, el tulipán estaba todo aplastado y lleno de buffet. Levanté la cabeza para ver el reloj, el palito grande casi tocaba el seis, sonó el timbre.