Entradas populares

martes, 19 de mayo de 2009

El paraíso

Sin sol ni luna, un lugar desesperanzado, sin luz ni sombra. Donde la gente que vive ahí no sabe cuando amanece el alba ni cuando llega la penumbra de la noche.
Caminan descalzos entre cenizas y humo con olor a querosén. Sin ver nada ni a nadie, comiéndose los cuerpos negros que van quedando enterrados en polvo grisáceo. Gritos de agonía todo el tiempo, dolor y desamparo. Nadie ve nada, topos a la luz del día muertos de hambre.
Sin previo aviso, hay luz. Cada uno de esos seres sienten un escalofrío desde su columna vertebral hasta los hombros, como si alguien los tocara por dentro de sus desmusculados cuerpos.
Tenía el rostro de alguien, pero no es descriptible, era hermoso, o tal vez hermosa. Venía bajando del cielo, el humo se iba mientras se reconocían tocándose los rostros, las cenizas volaban por el cielo y los pies de la figura iluminada tocaban el suelo.
Era un ángel, un ángel precioso, descalzo cómo la gente del lugar, sólo que tenía cicatrices abiertas en ambos pies y manos. Extendió las alas y sus brazos, entregándose.
Maravillados con la figura, en un silencio absoluto, nadie se atrevía a moverse. Uno de ellos se acercó, a un paso muy lento. se encontró a los pies del él. Sus cicatrices sangraban, le cayó una gota en la frente, eran sus manos que también estaban sangrando.
Una vez frente a él se movió lentamente para abrazarlo. El ángel pareció ceder, porque no se resignaba. Su piel estaba tibia, las frías manos del hombre tocaron la espalda angelical. Llegó a las alas, blancas, encandilantes, plumadas, llenas de vida.
No se había dado cuenta, pero el ser iluminado lo estaba mirando a los ojos, se acercó más a él, algo le susurró en la oreja. Le besó la frente, nadie escuchó lo que dijo el ángel, pero se dieron cuenta de que el hombre lo estaba abrazando más fuerte.
bestialmente el humano le arrancó la alas, como si desplumara a un ave para quitarle el vuelo. El hombre se tiró en sima de él, golpeando su rostro para desfigurarlo. Seguía golpeando su cabeza contra el piso, arrastrando su rostro entre las cenizas, las plumas volaban entintadas en sangre cayendo lentamente al suelo.
La gente simplemente miraba, sólo captaban que tenía los ojos abiertos mirando el cielo y que sus cicatrices se habían cerrado. El aldeano apuntando al cielo gritó con una voz fatigada "¡Aquí hay comida, coman, coman!".
El pueblo corrió hacia el ángel como si fueran hormigas que van al pan fresco. Era tal montón de gente, que sólo se veían plumas, tripas y sangre volando por el aire mientras que en ese lugar, ese oscuro lugar, era cerrado por una capa de humo densa.