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jueves, 23 de abril de 2009

El poema de una madre

Que las miradas no sean en vano hijos, que soy su madre en la locura. No se sientan mal por perder, que soy la madre de las perdiciones. Vean sus penas hijos, no las rechacen, que más les duele, no entierren sus pecados en la tumba, que está muy oscura y no se alcanza a ver nada.
Miren hijos, que en mi vientre yo siempre los tengo, nunca me iré. No vean a la gente que se va en un metro desolado, que darse vuelta para verlos por última vez significa verlos por siempre.
Siempre los quise, siempre los querré. No existe soledad en lo que les digo ni en lo que escucho, soy su libro personal. Les digo mis niños, no publiquen sus sueños en el diario de vida que guardan debajo de su cama en un candado que les relata mentiras, no está hecho para ser visto como un periódico.
No vengan llorando hacia para parcharles el dolor cuando se caigan y desgarren una herida que no cicatriza, nadie puede, ni yo que los quiero tanto, porque no es cosa de consolarlos ni de darles consejos que sean en vano.
No acaba todavía mis angelitos, cuando les compre alas podrán bajar y tocar tierra. Por ahora estamos unidos, pero el cordón no llega hasta tan lejos, no quiero dañarlos, puede que les duela la caída. Porque si lo tiro se corta, y si se corta los pierdo y cuando los pierda serán felices.